Una mano extrae un tampón ensangrentado. A la imagen, que es de 1971, se la ha considerado la primera muestra de arte menstrual. A su autora, Judy Chicago, pionera del arte feminista. Gioconda Belli, en la misma época, dedicó un poema a la que llamó «la enfermedad de las mujeres». No fueron hechos aislados.

Las feministas de la segunda ola, que se produjo durante las décadas de los sesenta y los setenta, reivindicaron el cuerpo de la mujer y sus procesos. Lo hicieron, especialmente, desde el Colectivo de Mujeres de Boston, que publicó el libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas. Aunque hoy se visibiliza la regla desde el arte y a través de las redes sociales, se sigue silenciando en el ámbito personal, especialmente cuando hay hombres cerca. Ya no es una maldición, pero sigue arrastrando vergüenza.

La menstruación como algo sucio, impuro, tóxico, contaminante, ha sido una constante en tantos lugares y durante tantos siglos que podría parecer universal, pero no lo es: «Cómo percibimos la regla es algo claramente cultural. No deja de ser una construcción social, aun estando basada en algo biológico. Aún es un gran tabú para nosotras», aclara Noemí Villaverde, autora de Una antropóloga en la luna.

Un vistazo a la historia nos demuestra que el temor a la regla podría incluso estar presente desde la Prehistoria. Se cree que los hombres prehistóricos, como cazadores, temían que la sangre menstrual propiciara ataques de animales peligrosos. Plinio el Viejo, por su parte, en el siglo I d.C., se encargó de extender la idea de que la menstruación era un instrumento poderoso «para bien y para mal».

Que la menstruación se vea como algo temible se ha explicado de diversas maneras. El escritor y filósofo rumano Mircea Eliade solía relacionar el tabú menstrual con el misterio y el miedo a la sangre. «Algunos estudiosos han tratado incluso de explicar la segregación iniciática de las muchachas relacionándolo con el miedo primitivo a la sangre menstrual», escribió en Nacimiento y renacimiento.

Purificación Heras, profesora de Antropología de la Universidad Miguel Hernández de Elche, explica el temor a la regla a partir de su propio nombre: «Purificación refiere al hecho de la construcción de las mujeres como sujetos impuros en algunos momentos y circunstancias». Hay constancia de que en el siglo VI se practicaban ritos purificadores relacionados con la regla en la India, donde las mujeres menstruantes tenían que bañarse en el río varias veces seguidas, frotarse con estiércol y bañarse de nuevo. Hasta un total de 94 baños seguidos.

«Esta idea de purificación, de influencia judía, también enraizó en el cristianismo. Hasta hace poco, estaba prohibido que las mujeres menstruantes recibieran la comunión», nos recuerda Heras. Un texto del Antiguo Testamento, el Levíticohabla de la impureza de la mujer con la regla: «Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche».

La del cristianismo y la del judaísmo no son las únicas tiranteces entre las religiones y la menstruación. Heras también recuerda un artículo de Fátima Mernisi sobre las restricciones a las mujeres musulmanas a partir de una relectura del Corán: «Ha sido el interés masculino por preservar su poder lo que ha rodeado de rechazo a las mujeres y a la menstruación, algo que intentó desterrar Mahoma», dice Heras parafraseando a Mernisi.

Sin embargo, en un rápido recorrido por distintas culturas, esta antropóloga encuentra ejemplos en los que la menstruación no supone necesariamente un tabú. Es lo que se encontró, por ejemplo, Margaret Mead en Samoa, porque «la posibilidad de que una joven cause daño es limitada», recuerda Heras. Con este ejemplo encontramos que «lo que podría haberse convertido en fuente de poder y prestigio, se convierte por el contrario en signo negativo y convierte a las mujeres en cuerpos a los que hay que controlar aún más», explica Heras.

June Fernández, directora de Píkara Magazine, también le llama la atención esta asociación de la menstruación con lo sucio y lo contaminante: «Me parece curioso que se asocie con la suciedad la regla cuando en realidad es un proceso de limpieza: se desprende el endometrio y se regenera de alguna forma el útero».

No obstante, Fernández tiene una visión optimista de la situación actual, puesto que los antiguos mensajes de maldición, impureza y suciedad van cayendo en desuso. Lo que sí critica es que se nos siga explicando tan poco sobre este proceso. «Más que estigma veo desempoderamiento», aclara.

Los tópicos y los olores

Si bien la consideración de la regla como algo contaminante se ha relajado en los últimos tiempos, no han dejado de escucharse tópicos, a veces envueltos en la apariencia de bromas, que impiden la normalización de la menstruación.

En un texto breve, titulado «¿A qué huele el coño?«, Elena Alonso, autora del blog Viajamor, escribió: «Y no te permito delante de mí que menosprecies el olor del coño. Porque por chistes como este venimos las mujeres arrastrando muchos siglos de represión».

Según Heras, los significantes de contaminación han ido perdiendo poder y eso ha propiciado un nuevo mecanismo de control que crea la necesidad de apagar los olores. Por eso, cree que «la higiene en la sociedad occidental es control del cuerpo individual».

Según la antropóloga Noemí Villaverde, nuestra sociedad no lleva bien «los adentros», en general: «Lo que antes se veía como algo natural, defecar u orinar en la calle, por ejemplo, fue cambiando a partir del retrete y otras normas de pudor y discreción». ¿Qué los diferencia entonces de menstruar? «Es únicamente de mujeres, por lo que es más fácil insertarlo en el lugar de lo sucio/salvaje/incivilizado frente a lo civilizado/normativo/objetivo de los hombres, que es como entendemos el binomio hombre/mujer en nuestra sociedad», explica.

Educación menstrual y política

Erika Irusta, pedagoga menstrual y responsable de la comunidad educativa Soy1soy4.com, trabaja a diario para promover un «orgullo menstrual». Tantos años concibiendo la regla como algo sucio ha provocado que incluso las propias mujeres recelemos de ella. «Es importante el no tener asco a tu propio cuerpo, a tus propios fluidos. Por ejemplo, a muchas mujeres les da asco la sangre menstrual, pero no el semen o la sangre en la nariz. Sin embargo, la regla nos dice cosas sobre nuestro cuerpo», explica Irusta.

Erika Irusta reconoce su deuda hacia el Colectivo de Mujeres de Boston, las autoras del libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas, porque «fueron mujeres que estudiaron para mujeres lo que la ciencia no ha estudiado ni desarrollado y que, cuando lo hace, lo hace de manera productivista, patriarcal y neoliberal».

La antropóloga Purificación Heras, que también es enfermera, coincide con Irusta en que el sistema biomédico no ha ayudado precisamente a que eliminemos las connotaciones negativas de la menstruación. Heras jamás olvidará la frase que escuchó a uno de sus profesores: «La sangre menstrual es el llanto del útero por el hijo que no tiene».

He aquí uno de los peligros del discurso esencialista sobre la menstruación: la posibilidad de reducirlo a la capacidad reproductiva. Para Irusta es importante recordar que «somos algo más que cuerpos que pueden tener criaturas».

Erika Irusta considera que reivindicar el ciclo menstrual es una cuestión política y su mayor aspiración es abrir un debate real en términos políticos. «Nuestros cuerpos se han politizado y cuando nos querían dentro de casa se hizo un discurso sobre la menstruación, pero cuando nos querían fuera de casa se hizo otro», remacha.

Según la pedagoga, es necesario ir de lo íntimo a lo público. De lo contrario, corremos el riesgo de que se transforme en discurso y «en el momento en el que se transforma en discurso, volvemos a perder el cuerpo».

De acuerdo con Irusta, June Fernández considera que aceptar el cuerpo es aún una forma de empoderamiento que nos permite reconciliarnos con la regla. Por eso, aboga por lanzar mensajes que no estigmaticen la regla pero que tampoco la mitifiquen. Porque la regla, según ella, es mucho más que sangre y dolor: «Es la señal de que todo está bien».